Mientras nos movemos en la certeza de nuestros pies sobre la tierra, a nuestro lado ocurre el mar, esa masa inconmensurable en constante movimiento que no deja de asombrarme y para la que los ojos no son suficientes. Bajo ese manto azul hay un mundo desconocido que desciende hasta lo abisal donde no llega la luz por tanto tampoco nosotros. Tengo presente esa consciencia con respecto al mar, convivimos con lo desconocido y apenas unas rocas o la línea de arena o un muro nos separan de él.

Pero en Cuba el mar no es sólo paisaje: es frontera, despedida, hogar.

Sumergirse en él es habitar un espacio distinto, el territorio líquido donde los cuerpos se transforman y los gestos adquieren otra ligereza. Mi serie explora la relación entre las personas y el mar, no desde la mirada hacia lo exótico de la vida marina, sino desde lo humano que flota, juega, navega frágil ante la vastedad del horizonte o simplemente respira entre lo visible y lo sumergido, entre la superficie y lo profundo. Estas fotografías muestran esa dualidad, la ligereza del juego y la carga de un horizonte que siempre acompaña. Las imágenes fueron hechas con una cámara que imprime a las fotografías ruido y textura áspera. Ese grano convierte las escenas en algo cercano a la memoria, como recuerdos húmedos.

Ojo de agua es una mirada desde el mar y hacia el mar: dibujar con luz y sal cómo lo cotidiano, lo simbólico y lo poético se encuentran en un mismo horizonte.